Si pudiera cambiar algo de mí, me gustaría ser más alta”, dice desde su metro cincuenta y tres de estatura Ashley Fiolek. Lo dice a través de sus manos, su forma de comunicación con el mundo
Si pudiera cambiar algo de mí, me gustaría ser más alta”, dice desde su metro cincuenta y tres de estatura Ashley Fiolek. Lo dice a través de sus manos, su forma de comunicación con el mundo, la única que conoce desde que nació, hace 18 años, con una sordera congénita. Pero ni la estatura ni la sordera ni su juventud le han impedido cumplir su mayor sueño: triunfar en el motocross.
Si no fuera por los detalles fucsias del mameluco antiflamas y los mechones rubios largos que escapan del casco, nadie se animaría a dudar de que quien conduce esa Honda de 250 cc que hace estragos en las pistas de motocross, es una chica. “Ella conduce como un hombre. Sin intención de ofender a nadie, algunas chicas no se ven cómodas sobre una moto… Ella domina la moto y no la moto a ella”, dice su mecánico, Cody Wolf. En un mundo en el que siempre han mandado los hombres, su llegada al mundo profesional, en 2008, con 18 años recién cumplidos, no tardó en convertirse en revolucionaria. Luego, ella se encargó de demostrar que tal revolución era justificada: ganó los tres campeonatos nacionales de la Asociación de Mujeres del Motocross (WMA) que se disputaron en su año de debut. Lo suficiente para convertirse en la nueva gran promesa estadounidense e internacional y para llevar el MX femenino hasta donde nunca antes había llegado: hizo historia como la primera motociclista en ser contratada por una escudería, Honda Red Bull, formó parte del histórico debut femenino en MX en los X Games de verano, una de las competencias de motociclismo más importantes del mundo, y en diciembre de 2008 se convirtió en la primera mujer en llegar a la portada de Transworld MotoCross, la revista considerada la Biblia de este deporte. Dispuesta a demostrar que lo suyo viene en serio, en esta temporada 2009 sigue invicta con dos grandes triunfos en las primeras competencias de la WMA.
CAMPEONA DE VOCACION. Cuando nació, los médicos alertaron a los Fiolek que su hija era diferente al resto de los niños. Pero ellos se negaron a tratar a Ashley como una persona discapacitada. Al contrario, se preocuparon de que la pequeña supiera que su sordera absoluta –no puede escuchar siquiera el ruido de un motor de avión encendido a su lado– no le impediría lograr sus objetivos en la vida. Con sólo tres años su padre, fanático del motociclismo, le compró su primera moto y le dio las lecciones iniciales de conducción: aprendió a guiarse por las vibraciones del motor para pasar los cambios y a observar las sombras para saber si sus rivales vienen detrás.
Ashley Fiolek, de 18 años y sorda de nacimiento, es la nueva estrella
Así, a los 7 se animó a la primera competencia, sin importarle que sus rivales fueran varones y todos más grandes que ella. “Al principio era tímida, pero cuando empezó a conducir sus motos se convirtió en una persona diferente, se podía ver cómo aumentaba su confianza”, recuerda su padre. Y ella, con la traducción simultánea de su mamá, explica: “Me enamoré de esto y no he dejado de progresar desde pequeña”. El talento de la niña en este deporte se hizo evidente muy pronto: en 2004, a los 13 años, ganó el campeonato de motocross amateur más prestigioso de los Estados Unidos y la Asociación Americana de Motociclistas (AMA) la nombró “Piloto joven más destacada del año”.
Desde entonces no paró: en los 4 años transcurridos hasta que en 2008 pudo ingresar al profesionalismo, ganó otros 12 títulos. Lejos de sentirse en desventaja por no poder escuchar, “Rude pea” –como la apodan desde que empezó a competir– ha sabido convertir su debilidad en una fortaleza: “Los otros pilotos no pueden ponerse detrás de ella y acelerar para asustarla con el rugido de los motores, porque ella no los puede oír. Tampoco los puede oír cuando dicen que no puede hacer esto o lo otro por ser una niña. Nos aseguramos de que no escuche nada en su contra”, remarca su padre. Apasionada por lo que hace, Ashley se ha hecho construir una mini pista en el fondo de su casa (St. Augustine, Florida), donde luego de las largas horas de entrenamiento y preparación física, se divierte practicando saltos. Se confiesa muy competitiva y cuenta que, para calmar los nervios previos a las carrera, hace “estupideces”, como robarle el casco a sus compañeros o arriesgarse con piruetas peligrosas. Eso hizo el año pasado, durante la competencia nacional, cuando dos días antes de su gran carrera, le quitó la bicicleta a su hermano menor y se lanzó por una bajada que terminó con un accidentado salto de 30 metros. La caída le dejó las rodillas sangrando, pero eso no le impidió, 48 horas después, superar a la cinco veces campeona nacional Jessica Patterson para consagrarse la mejor de los Estados Unidos. “Correr me hace sentir libre y me permite viajar, lo cual es una experiencia maravillosa para mí. Vivir mi sueño me hace sentir fuerte”, dice con una sonrisa aún infantil, que no se condice con la rudeza de la gran motociclista que se esconde dentro de ella.